viernes, 5 de diciembre de 2008

Ubi sunt

Ubi sunt qui ante nos in hoc mundo fuere
reza así un canto medieval de estudiantes goliárdicos que hoy ha dado lugar a la letra del famoso himno académico universitario Gaudeamus igitur "¿Dónde están los que vivieron en este mundo antes que nosostros?".
Hace años me di cuenta del valor que tienen los momentos que se disfrutan al lado de un niño. Quizá porque tengo la suerte de trabajar con ellos, o, simplemente, porque como muchos, yo también tengo hijos.

La infancia es el periodo de la vida de un ser humano con más pureza en el alma, lleno de sinceridad y de apasionamiento por todas las cosas que rodean la existencia del hombre.

Nuestra sociedad nos somete al imperio del reloj y de la prisa, no nos permite saborear esos múltiples y pequeños momentos cotidianos que pasamos junto a nuestros hijos. Son muchos, pero se llegan automatizar, a trivializar de tal forma que se convierten en una rutina, y cuando esta no se desarrolla como esperamos, entonces nos ponemos nerviosos, nos enfadamos, aflora nuestro ego y se transforma en una continua batalla lidiada, como el que más, mediante órdenes, consignas y negatividades.

La pedagogía del NO aparece, y terminamos educando a ser alguien ética y moralmente íntegro mediante la vía del NO SER (no hagas esto, no hagas lo otro, esto no se hace así, esto no se dice, esto no, eso no...). Me niego.

Hay que descender al universo de los niños. Para ellos todo es juego, la vida es un juego, así pues, juguemos con ellos a vivir. Cualquier aprendizaje, por complejo que parezca, pueder ser un juego; un juego compartido. Sentémonos en el suelo a escucharles, a observarles, rozémonos las rodillas y las puntas de los zapatos y pasemos ratos con ellos, momentos llenos de sonrisas, de sabias palabras y de sabia paciencia, adaptemonos a ellos, seamos flexibles. Enseñémosles a ser lo que son: niños y nada más; aprendiendo eso, cada día sin darnos cuenta, aprenderán a ser adultos.

Los momentos vividos, aunque pasen, cosa inevitable como el río que fluye, y no haya jamás dos iguales, los habremos disfrutado. Llegará el día en que ya no escuchemos por casa sus risas alocadas, sus correrías, sus demandas constantes de atención, su tan manido: papá o mamá VEN. Se harán más silenciosos, en ocasiones nos ocultarán sus sentimientos porque son solo suyos. El color de su habitación cambiará, los juguetes dormirán en alguna caja vieja de cartón en un rincón del trastero. Llegarán las incertidumbres, las habitaciones vacías y ordenadas, las largas esperas en la noche al lado del teléfono que no suena y los ya no pienso igual que tú. Ya no seremos lo más importante en sus vidas, su corazón tendrá otras parcelas con nombre propio. Cuando llegue ese día inevitable y necesario, cuando el pájaro abandone su nido y éste se vista de ausencia, nos quedará, al menos, la dulce satisfacción del deber cumplido, y también todos los recuerdos imborrables de haber estado siempre allí, a su lado, viéndoles crecer, ensenándoles a pescar, jugando con ellos al día a día, al juego de la vida, sin prisa, ni pausa, sin el antes, ni el después, sino un simplemente y siempre... ahora.

Así pues como dijo el poeta:

"Vino primero pura
vestida de inocencia
y la amé como un niño

Luego se fue vistiendo
de no sé qué ropajes
y la fui cambiando sin saberlo

Llegó a ser la reina
fastuosa de tesoros..."

Disfrutemos la infancia de nuestros hijos porque es su regalo cotidiano y entregado sin condiciones, sin pedirnos nada a cambio, porque sin darnos cuenta llegará el día en el que pronunciemos, con añorada nostalgia y ójala que con, al menos, leve sonrisa, aquello de: "Recuerdas cuando..."

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